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Me levanté, como un muertu que resucita á nueva vida; renuncié al mundo, sus pompas y vanidades, pronuncié mis votos y me uni para siempre á mi Amado con triple lazo indisoluble. Todo era en torno mío contento y alegría; enage- nada de gozo no sabía si estaba despierta ó soñando, dormida ó desvelada en uno de esos éxtasis divinos en que el alma no sabe darse cuenta de sí misma. Lo que sí recuerdo es que entonces venían á mis labios estas palabras misteriosas de la Esposa de los Cantares: «Mi Amado para mí, y yo para mi Amado.» ¿Te acuerdas, Esposo mío, de aquel día que nos unimos para siempre con el indisoluble lazo del amor, con aquellas tres amorosas cadenas que lo hacían más fuerte que la misma muerte? ¡Con qué firmeza pronuncié aquellas palabras, de rodillas, las manos juntas, al pie del altar. ¡Todo el tiempo de ma vida! ¡hasta la muerte!..... ¿Cómo fué posible que al caer aquel denso velo sobre mi rostro, cual si fuese la losa de un sepulcro, no muriese al punto de júbilo y de amor? ¿Y cómo fué posible, Jesús de mi alma, que después de tanta dicha fuera yo remisa en quererte ú me entibiara en tus amores? ¡Y lo fuí! ¡confieso mi ingratitud! El frio de la tibieza secó algunas flores de mi jardín: y voy á confesar mis faltas para confusión mía y escar- miento de las que lo lean.
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