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19 Si cometíamos alguna falta, buscaba ocasión opor- tuna para corregirnos, casi siempre mientras se cosía Ó se bordaba; y entonces ponía delante de las culpables un ramito de ajenjo ó unas hojas de orti- gas, dando á entender que habíamos amargado su corazón, y correspondido con ingratitudes á las bon- dades del Señor. Cuando éramos buenas, diligentes y aplicadas, ponía sobre los costureros y bastidores, campanillas madrugadoras y hojas de moral blanco, que significaban en su lenguaje la puntualidad y la aplicación en el cumplimiento del deber. Como la Maestra era tan apasionada á la floricul- tura, las novicias cultivábamos el jardín y las plan- tas del cementerio; regábamos las flores y corríamos tras las mariposas, las tardes de recreo; y antes de retirarnos á la celda, cada una se dirigía al pedacito de jardín que cultivaba, para llevar un ramo de flores al altar de su imágen querida. Yo me quedaba embo- bada en aquellos momentos y no hubiera trocado mi suerte por la de ninguna hija de Adán. Contemplaba mis flores, las acariciaba, hablaba con ellas y les decía que las miraba con cariño, que eran mis hijitas, porque después de Dios á mí me debían su existen- cia, sus matices, su fragancia y lozanía. Entonces hacía un ramito de ellas y lo enviaba al sagrario. Si no estaba satisfecha: de mi comportamiento, comenzaba el ramo con hojas ásperas, confesando así mi ingratitud para con Dios: luego añadía otras de mirra, expresando así mi amargura y mi pesar después ponía ramitas de lila morada y de mirto, manifestando con ellas la emoción de mi alma, y mis deseos de ser santa. Seguíales un cerco de rosas encarnadas, diciéndole á Jesús que tedo aquello se convertiría en amor suyo. Sobre éste descollaba otro de claveles, y así iba significando cuanto deseaba 6 sentía, para que las flores se lo dijeran por mí al Amado de mi alma. Cuando dominaba mi genio 6 vencía en silencio mi amor propio, adornaba el ramo
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