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las pequeñas flores del patio, se inclinaban dulcemen- te, dando asentimiento á mis palabras, y dándome también la bienvenida. ¿Qué sintió mi alma, cuando al fin me í vestida con aquel hábito por el cual tanto había llorado? ¡Ah! parecióme que él me hablaba con cariño y me decía: Mira; ya no podrá llegar hasta tí nimancharte el hálito ponzoñoso del mundo, porque yo estoy aquí para defenderte. Y yo lo acariciaba con entusiasmo santo, cual puede acariciar un guerrero la férrea cota que le defiende de los golpes enemigos. Me miraba y no sabía si reir ó si llorar de gozo; corrí al convento para que me vieran sus vetustos muros con mi nuevo traje: llegué al huerto y saludé á las flores, y á las plantas, pidiéndoles albricias: bajé al patio y abracé sus columnas, besándolas con delirio y diciéndoles en cada beso: Yo estaré siempre con vosotras. Paseé los claustros y corredores, diciéndoles que eran míos y yo de ellos; ellos la jaula y yo la aveci- lla voluntariamente presa entre sus muros; subí á mi celda, besé su pavimento, sonreí á sus paredes y prometí vivir en ella, como la santa que me había precedido en aquélla dulce morada: me dirigí al coro y desde sus rejas miré al sagrario y hablé á mi Prometido:' ¿Lo ves, Jesús mío? ¡Tuyal ¡siempre tuya! y..... saboreando estas palabras y repitiendo estas obras, pasé los deliciosos días de mi noviciado. En aquel tiempo era yo una de esas cariñosas 0ve- jitas que no pueden vivir separadas un instante de su buen pastor: si comen, ha de ser junto á él; sl duermen, tiene que ser á sus pies; si se recrean, ha de ser con él; no saben vivir de otro modo. Así vivía yo pensando siempre en tí ¡oh Jesús mío! amando sólo á tíl Mi vida en el claustro asf tenía que ser: por tí, para tí, y en tí.
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