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A Ys E A > ap. — AN PP | E 12 breñas, burlar la astucia del lobo que me cercaba y llegar á tu redil! ¡Cuánto me costó! ¡qué sacrificio! ¡qué holocausto tuve que hacer entonces de mí misma! Pero al eco de tu voz divina, el mundo se convirtió para míen un desierto, en un páramo inhabitable, cuyo ambiente me asfixiaba. ¿De qué servía que me engalanaran á la fuerza y me llevaran, como arras- trando, á saraos, diversiones y festines? Una sonrisa despreciativa y desdeñosa se escapaba de mis labios en medio del bullicio y en mitad de los paseos, porque el mundo tenía para mi alma el aspecto de un inmensg cementerio, en el que cada traje no era más que un sepulcro blanqueado, lleno por dentro «de inmundicias y gusanos roedores. Tú empezaste á ser entonces, oh Dios mío, mianor, mi vida, mi gloria, mi todo; y yo no suspiraba más que por el momento en que tú, cortando los lazos de carne y sangre que me aprisionaban en el mundo, me hicieras batir las alas, remontar el vuelo, y cual paloma enamorada, poner mi nido en solitaria clau- sura, donde olvidada y desprendida de todo lo terre- no, viviera para tí únicamente. Yo iba contando uno á uno los días: que me sepa- raban de tan anhelado instante; ya creía ver cerca el momento de huir de la casa paterna y vestir el hábito que tanto ansiaba; mas, ¡ay dolor! me apri- sionaron, y me dijeron que en tres años no tendría libertad. Entonces comprendí que antes que mis me- jillas fuesen cubiertas por la blanca y purísima toca, habían de ser purificadas con lágrimas ardientes que las abrasaran, como abrasados y purificados fueron los labios de Isaías antes de hablar contigo. ¡ Tres años! repetía yo con indecible pena, viendo como en un doloroso bosquejo, todos los tormentos que á mi enamorado corazón le aguardaban, si quería serte fiel. ¡Tres años! y reconcentrando todas mis fuerzas dentro de mí misma, y herida de dolor, hablando contigo exclamé: ¡yo lucharé! ¡yo sufriré!
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