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10 d * Sí, Dios mío! ¡ingrata he sido! pero..... déjame llorar mis ingratitudes, porque el recuerdo de tus quejas amorosas hieren la fibra más delicada de mi corazón, y me hacen sentir un dolor y un con- suelo inesplicables. ¡Cuánto te he ofendido; ¡Cuán rebelde he sido á tus dulces llamamientos! ¡Perdón, Dios mío, perdón! Háblale á mi alma palabras de vida, mientras ella riega el suelo con su llanto: háblale y oiga mi alma otra yez aquella voz que le dió nuevo ser, aquella dulce reprensión que la despertó de su letargo. Un días me dijiste: «Con amor eterno te amé; y tú, hija mía, ¿por qué siempre me has amado tan poco? ¡Basta de ingratitudes! Ven, y acércate á mi..... más.... hasta oir los latidos de mi corazón, que tanto ha palpitado por tí..... hasta sentir sobre tu frente mi aliento divino, que te purifique y te dé nueva vida! ¡Oh alma! cuánto tardaba para mí este dulce momento!» ¿Y crées, bien mío, que yo no anhelaba también por este dichoso instante? ¿Crées que no suspiraba por verme libre de aquel pesado yugo que me opri- mía? ¿Crées que no ansiaba yo romper aquella ca- dena de ingratitudes que pór tantos años venía yo arrastrando? ¡Oh! bendita mil veces aquella mano que la cortó! Aquí me tienes ya, vida mía; aquí estoy rendida á tus pies y libre de los obstáculos que se oponían 4 nuestro amor; aquí me tienes, amado de mi alma, para no separarme de tí, ¡nunca! ¡jamás! De aquí en adelante viviré solo para amarte, para recompensarte mis ingratitudes con toda una vida de amor y de ternura. Aquí me tienes; arrójame al rostro todas mis iniquidades; dame en él con mi des- Isaltad y rebeldía; pero déjame que te hable. ¡Ten- go tanto que decirte!.... ¡Tengo tantas cosas que contarte!.... Tú lo sabes todo; pero no me niegues el placer de recordar tus favores y llorar mis ingra- titudes. '

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