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á este huerto de la religión seráfica. Y allá se queda ron nuestros compañeros, allá se quedaron los árbo- les que nos rodeaban, árboles más lozanos y fructife- ros que nosotros, árboles que puestos aquí, hubieran sido gala y adorno de la casa de Dios. Pues ¿por qué no vinieron ellos, y sí nosotros? ¡Oh profundidad de los juicios de Dios! ramos como flores nacidas en ese valle de lágri- mas que se llama mundo; allí careciamos del rocío continuo, que aquí el cielo derrama,sobre las plan- tas; allí nos azotaba con fiereza el frío aquilón y. los vientos canados de las pasiones; allí los aires i ficiona 108 y la atmósfera corrompida que se respi- ra, amenazaba quitarnos la vida de la gracia: allí hubiéramos sido pasto de animales inmundos. nos hubieran secado los ardor Ss de terrenas concupiscen- cias, y hubiéramos sido flores deseraciadas. flores de un día. Pasó por nuestro lado el Jardinero celeste, $ MIró con ternura, si compadeció de nosotros, y 's entresacó de allí para traernos al jardín de sus mores. Y las otras Hores se quedaron allá entre las esninas del valle, expuestas á las inclemencias del tiempo. ¿Pues, qué hicimos nosotros para merecer tan dichosa suerte? Y lo que es más todavía; otras flores fueron tras- plantadas del mundo al claustro, del árido desierto al frondoso jardín, lo mismo que nosotros; y no pu- dieron arraigar en este hermoso suelo, no pudieron aclimatarse en esta tierra de bendición, y se secaron, y el viento las arrebató á nuestra vista. ¿Pues, qué mano nos cultivó á nosotros, para que no pereciéra- mos como ellas? ¿Por qué ellas se secaron y NOSOLros no? ¿Y por qué se quedaron allá en el desierto otras flores hermosas y fragantes, que plantadas aquí nos hubieran hecho gran ventaja? ¿Por qué á nosotros entre tanta multitud de criaturas hizo Dios este favor? Por pura clemencia y por sola su bondad, que nos amó antes de poder nosotros merecerlo. Pues, 3
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