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19nas de ciables, y más « animales, que no en el santuario con los veles de paz. El llamamiento fué para cosa tan alta, que n pudo serlo más, pues fué para hacer á nuestras almas esposas de Cristo, hijas de Dios, herederas de su im- perio y «partícipes de su gloria. Y este ento es tan especial y tan antiguo, que corre con el mismo Dios; pues así como El es ets des de la eternidad nos tuvo presentes y nos miró co1 ojos piadosos, dispuesto siempre á darnos tanto bier Asi lo dice El por su profeta: «Yo te amé con amor eterno, y poreso te atr i traje á mí.» (Jer.. XX XT.) Pues, siendo esto así, ¿qué mayor beneficio puede darse? ¿Cuál mayor merced que ser amado de Dios ab eterno, y ser escogido para servirle, y estar escrito en su pe- cno amo roso desde los años de la eternidad? ¿Con qué amor corresponderemos nosotros á este amor eterno de Dios? ¿Quién se conformará á querer y amar más tarde al que tan temprano nos amó? ¿Quién aguardará á la vejez para amar al que nos amó desde toda la eternidad? ¿Qué tiempo bastará para corresponder á tanto amor y á tantas miserl- cordias? ¿Qué ler cua bastará para cantarlas, qué co- carlas? razón para sentirlas, y qué servicios -para pa El apóstol San Pablo nos llama también la aten- ción sobre esta circunstancia de nuestra vocación, di- ciéndonos que nOs eligió Dios, antes de hacer el mundo, para que fuéramos santos (Eph. 1.) La elec- ción de nuestro destino la tomó tan á pecho y tan de atrás, que la dispuso y trazó, cuando aún no ha- bía dispuesto los fundamentos de la tierra; antes que formara el mundo con su aliento y arrojara nues- tro globo en la inmensidad del espacio, allá en los principios de los tiempos, nOs escogió para si. Y .es- ta elección no estuvo en merecimientos pmepios, ni nuestras buenas prendas movieron á Dios para echar mano de nosotros, pues se dejó olvidado á otros que las teniíanmayores y mejores Nos escogió, no porque
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