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Mi estimada Margarita; allá va la última carta en verso sencillo y fácil, como sé que á ti te agrada. Si atentamente la lees, encontrarás en sus páginas de tus múltiples deberes una suma compendiada. En ellas verás lecciones y divinas enseñanzas, para saber conducirte, cual se conducen las santas. Pues la sublime doctrina contenida en esta carta, no es fruto de mi cosecha, sino de cosecha extraña. Es de Fray Diego de Cádiz, de aquel portento de gracia á quien el mundo apellida glorioso Apóstol de España. Y no sólo la doctrina, los versos y las palabras son de aquel santo varón, timbre y gloria de su patria. Que entre los muchos trabajos de su vida atareada, á las esposas de Cristo nunca las tuvo olvidadas, Antes bien, de sus tareas, si algún rato descansaba, lo empleaba en instruirlas, predicarles y enseñarlas. Pues de aquellas instrucciones y consejos que él les daba, entresaco las que á ti te son de más importancia. Escucha, pues, sus consejos, estudia bien sus palabras, y mira de qué manera con la religiosa habla. (1) «Lo primero y principal del estado en que te hallas es el vivir en un todo á tu voluntad negada. No has de seguir tu querer ni aun en la cosa más santa; pues la propia voluntad mucho á Dios le desagrada. Si la semilla del trigo que es á la tierra arrojada, no se aniquila ó se muere, ni dará grano ni paja. Así tú, no de otra suerte, si no estás contigo odiada, ni darás de virtud fruto, ni verás de Dios la cara. Negada pues, á ti misma, vive ya de ti olvidada, (1) Lo que sigue, con ligerisimas variantes, está tomado del precio- so poema mistico que escribió el Beato á la profesión de su sobrina Sor María de las Nieves, Carmeli- ta calzada del convento de Santa Ana, (de Sevilla.)
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