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329 Y pues el bien de tu alma me ha movido á escribir- te tantas veces, parece muy justo, oh alma religiosa, que leas y releas estas cartas con la buena voluntad con que para tí fueron escritas, con ánimo sincero y deseo de aprovecharte de su lectura; que como así lo hagas, yo te aseguro que sacarás fruto de ellas. Téngolo por tan cierto, que si mi pobreza lo sufrie- ra, regalaria un ejemplar de las mismas á cada reli- giosa, con la condición de que habían de leerlo una vez siquiera al año, porque abrigo la esperanza de que haciéndolo así, las comunidades de religiosas florecerian en virtud y perfección. Y no digo esto por vanidad, ni porque presuma que estas pobres y desaliñadas cartas tengan por sí mismas fuerza y virtud para aprovechar á nadie; si- no porque creo firmemente que Dios Nuestro Señor ha de envolver su gracia entre estas hojas, para que saque fruto de ellas toda monja que las lea con rec- to fin y buen deseo. Y creo esto, porque tengo para mi por cosa cierta ser voluntad de Dios que las es- cribiera: y sies voluntad suya, de su cuenta corre darles virtud y eficacia para conseguir el fin con que se han escrito. Si no fuera por lo arraigada que tengo esa persuasión en mi alma, de seguro que hu- bieran quedado á medio escribir, según ha sido grande la guerra que elenemigo ha hecho para que no se terminaran. Pero, ya con la gracia de Dios to- ca á su fin la realización del plan que me propuse en un principio, y sólo me resta compendiar el con- tenido de todas en breves máximas: trabajo que me lo dará hecho nuestro B. Diego de Cádiz, como ve- ás en la siguiente. Mas antes de soltar la pluma, voy á dar la voz de alerta á las monjas de clausura, hoy en visible deca- dencia, y tal vez llamadas á desaparecer mañana, si Dios no lo remedia y ellas no ponen de su parte cuanto puedan. Cuando en frondosa arboleda se ye brotar y levantarse lozana una nueva generación de

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