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€? > A 326 que supone y en especial las virtudes objeto de nues- tros votos; la naturaleza y propiedades de los mismos; la excelencia de la pobreza evangélica; su extensión y límite; los deberes: que impone; las faltas que contra ella pueden cometerse, y los grados por donde se sube á la perfección de esa virtud. Otro tanto hemos hecho con cada uno de los votos religio- sos, incluso el de clausura, explicando detallada- mente cuanto pertenece á cada cual de ellos; hemos hablado de la observancia regular; de lo que debe hacer la religiosa para convertirse en paloma de Jesús: de los peligros que puede correr en días de tribulación; del asilo de seguridad que tiene para ellos; de las cruces que necesariamente ha de llevar y del mérito que tiene sufrirlas por Dios; de las in- timidades de la vide común: de las confesiones, co- muniones y penitencias de las religiosas; de eleccio- nes y prelacías; finalmente, hemos visto el tipo de la perfecta religiosa, cuando es súbdita y cuando es prelada. Qué más se puede decir? Para el alma reli- giosa que quiere aprovecharse, basta lo dicho; y para la que no quiera, todos los libros del mundo son insuficientes; por lo cual vamos á poner fin á éste de nuestra correspondencia. Empecé á escribirlo lastimado de ver la ignoran- cia de algunas religiosas, la poca estimación que hacían otras de su altísima dignidad, la escasa noti- cia que tienen muchas de la excelencia y alteza de su estado y profesión, de las obligaciones que le acompañan, de las virtudes que exlge, y de otras mil cosas tan dignas de atención, que no puede dejar de lastimar mucho verlas tan desatendidas como están hoy. Hoy por desgracia hay religiosas que no saben dar razón de sí mismas, ni del estado que han abrazado: religiosas para las cuales es una triste verdad aquella definición que un catedrático chusco daba de las monjas, llamándolas, mujeres de bien que hacen dulces; ó buenas cristianas que viver. re-

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