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313 jar por convertir su convento en jardín de flores divinas, en viña fructífera de virtudes, donde el amado venga á pasearse, á cojer flores y frutos, á recrearse con la fragancia de unas y el sabor de otras. Sólo así tendrá contento al esposo divinoyuy sólo así podrá hacerle aquella amorosa invitación de la esposa de los cantares: «Ven, aniado mío; salga- mos al campo, levantémonos temprano” á pasear por la viña, veamos si la viña florece, 81 las vides están en ciernes, y cuajan bien el fruto.» Y si ella pone.en esto todo su cuidado, tenga por seguro que Jesucristo morará en su convento y en cada una de sus religiosas. Pero qué fin se propone esta mujer fuerte al plan- tar tal viña? Pues no otro que el de cojer abundante cosecha, para brindar á su Amado con el vino del amor. Amor de Dios! he aqui el fruto que produce el campo de la perfección y la viña en él plantada; á conseguirlo debe ella dirigir todos sus esfuerzos, y no parar hasta ver á sus religiosas ardiendo en amor divino y rebosando amor de Dios por todas partes, medio el más poderoso que existe para hacernos santos. Gruarda bien esta preciosa cosecha, y llena con ella todas las oficinas del Convento. Las celdas estén llenas de amor de Dios, el claustro respire amor, el coro rebose en amor, y la casa toda arda en llamas de ese amor divino. Para esto debe la Prelada velar mucho por su viña, cercarla bien con el valla- do dela observancia, podar sus cepas con la hoz de la mortificación, guardar bien los racimos bajo las hojas para que el sol no los queme, y alejar de los locutorios á los zánganos y avispas para que no se coman el fruto; porque, si ellos se lo comen y no da la viña fruto para Dios, ya tiene él leidh la sentencia contra ella: «Le quitaré la cerca para que sea pisada delos transeuntes; nacerán en su suélo zarzas, y man- daré á las nubes del cielo que no llueyan sobre ella.» (Isa. 6.). Pues de esta maldición tan terrible libra la

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