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302 Dime; Si vieras un hombre con los ojos en los pies, la cabeza en la cintura, la boca en las rodillas, las orejas en .los codos y las manos en las espaldas, ¿no te parecería una monstruosidad, digna de risa, sino moviera á espanto y compasión? Pues así puede verse alguna comunidad en la cual todo sea mons- truoso, porque ninguna ocu pe el lugar que le corres- ponde, sino el que escoja su ambición, ó el que le dé la envidia. Y allí será cabeza la que debía ser lengua, y lengua la que debía ser pies; y todo andará tras- tornado y fuera de concierto, merced á unas malas elecciones: y mientras estén las cosas así, no hay arreglo ni perfección posible, y son inútiles las pláticas, inútiles -los ejercicios, inútil todo, hasta que todo entre en caja y cada una ocupe el lugar que le corresponde; no el que ella desea, ni el que su ambición pretenda, ni el que le dé el capricho de una necia que en todo se mete, sino el que Dios le dé por medio de la obediencia. He aquí el único remedio, y éste no se pondrá, porque antes de llegar las nue- vas eleciones, unas irán pidiendo un puesto, otras que las dejen libres del cargo, y todas buscando una Prelada á su gusto para que las deje hacer su propia voluntad. Que engaño! y que alucinación! Tristísimo es lo que pasa algunas veces sobre este particular. Unos cuantos meses antes de- llegar las elecciones, se encuentran por el Convento á cada paso corrillos de monjas, entretenidas en este diálo- go: Mira, Sor mía, vamos á sacar Abadesa á la Madre Fulana, que es de nuestro bando ó de nuestra tie- rra.—No! Vamos á sacar á Zutana que es parienta de V. R.—No, á mi parienta no, que nos va á tener todo el día en silencio rigoroso, sin dejarnos hablar. —Pues, entonces á quién elegimos? —A. la Madre Tal, que trata mucho con los de fuera, los bienhecho- res la quieren bien, y no nos faltarán regalillos, ni nos prohibirá las rejas frecuentes.—Mira, quizás será mejor la madre Cual, que esa nos dará buenas
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