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297 que enfermara; y el Señor castigó la tenacidad de la Superiora, enviando á la Santa una enfermedad que le hincha los pies monstruosamente y tiene que andar descalza á la fuerza, porque no hay calza- do en el mundo que le yenga bien. Á santa Verónica de Juliani le pide Dios un riguroso ayuno de tres años á pan y agua: se opone la Abadesa, diciendo que perdería el estómago, y Dios castiga la oposición de la Prelada, enviando á la Santa unos vómitos horribles que no ha dejan parar en el estómago más que pan y agua. A otra Santa religiosa le per mitió su Confesor un cilicio continuo, porque tenía el convencimiento de ser ésta la voluntad de Dios; enterada la Priora le mandó por obediencia quitársel ), alegando que aque- llo podía causarle una erupción ó inutilizarla para los actos de comunidad: obedeció la súbdita y dos sema- nas después le salió una erupción herpética en el lu- gar del cilicio que duró algunos años, y no se le qui- tó hasta que se lo volvieron á conceder de nuevo. De estos ejemplos pudiera yo referirte muchos y re- cientes que por brevedad omito. Lo que sí te digo en conclusión es que con esto algunas Preladas se opo- nen abiertamente á los designios de Dios, y ahuyen- tan la santidad de sus monasterios con temores vanos dictados por la prudencia de la carne. La religiosa es en verdad una víctima de expiación; pues ¿por qué no dejar que esa víctima se inmole en la forma que Dios le inspire > y el Confesor le permita? Es una vela cuyo destino es arder y consumirse en el altar del Se- ñor; ¿por qué ha de oponerse la Superiora á que arda y se consuma dónde, cómo, cuándo y en la forma que Dios y su Director determinen? ¿Pare qué sirye la vela apagada? Con esto no es miánimo aprobar la in- discreción de algunos confesores, ni las imprudencias que cometan las religiosas en el uso de las mortifica- ciones; sino sólo advertir á las Preladas para que no inyadan el campo del director, ni se opongan siste- máticamente á la voluntad de Dios.

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