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293 ciencia, y lo que pertenece al foro administrativo y exterior, hay un campo común, cuyos límites es muy difícil señalar, y por ende muy fácil de extralimitar- se uno en él, pasando la raya y usurpando lo ageno. En ese campo hay cosas'que pertenecen por igual al confesor y á la prelada, porque los descuidos y faltas en la observancia regular, la indolencia y pereza en la práctica de las virtudes, lo mismo debe repren- derlas el Confesor que la Prelada; pero cada cual en su esfera sin invadir la agena. El confesor debe pensar que nunca podrá él cono- cer á la religiosa en todos sus aspectos: que hay en la vida práctica y cuotidiana de su confesada cosas que serán torzosamente para él desconocidas ó poco menos; que su índole, sus aptitudes, su temperamen- to y el alcance de sus defectos Ú virtudes son cosas casi extrañas á su ministerio sacerdotal, y muy pro- pias de la Superiora, porque ésta día y noche está viendo á la religiosa, conoce los pormenores de su yi- da interna, su tendencia á la tristeza ó alegría, sus expontaneidades >y pr imeros movimientos, suinclina- ción á una virtud 6 á un defecto determinado, los puntos flacos de su natural; y en todo esto ella es la llamada á corregir y á formar el espíritu de la súb- dita. Por donde verás, mi buena Margarita, cuán en harmonía y cuán de acuerdo deben marchar los dos en todo, para el bien particular y común de las religiosas, Uno de los puntos en que ha faltado esta harmo- nía, por haber las Superioras invadido la juris- dicción sacerdotal, es el de las comuniones, y lo han invadido de tal modo que parecería increible, si no estuvieran sus hechos consignados y reprobados en contestaciones y decretos de la Sagrada Penitencia- ria y Congregaciones romanas. Y por esto $S. San- tidad Leon XIII en el decreto en que reprueba la cuenta obligatoria Superioras que se mezclen para nada en las comu- de conciencia. prohibe á- las

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