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A 290 al cual descrédito contribuye ella, tildando á la súbdita que se entretiene algo en el confesonario, y quizás señalándole la materia y duración de las confesiones. Parece increible 4 donde ha llegado la temeridad de algunas Superioras en este punto! y yo no creería, si no lo hubiera leido en consultas elevadas álos Prelados y á la Santa Sede, que en algún tiempo y en alguna Comunidad se han reprendido á las religiosas que empleaban más de seis minutos en confesarse, Ó se les tiraba callandite del velo para que se levantaran, aunque les quedara su conciencia alborotada, como el mar en día de tempestades. Esto es horrible, y temo por la Superiora que lo haga, y por la salvación de las súbditas que-á la fuerza lo practiquen. Repruebo cor toda el alma que una reli- giosa emplee cada semana una ó más horas en confe- sarse, porque sé que eso es perder tiempo; pero repruebo más aún que se le marquen cinco ó seis minutos para confesarse, porque esto es ahogar el alma y arrancar la libertad y la tranquilidad de conciencia, tan necesaria en la vida religiosa. Esta reprobable tiranía nace casi siempre de celo indiscreto ú orgullo mal entendido, es decir, de tenerse por una ofensa á la Congregación el pedir consejo fuera de ella, ó de querer la Superiora ser la única consejera en la Comunidad, la única directora de sus súbditas, invadiendo así el terreno de la con- ciencia y las atribuciones del confesor. Afortunada- mente en España no han llegado las cosas á ese extremo tan lamentable, porque la mujer española es bastante sensata para conocer que no ella, sino el sacerdote, ministro de Dios y representante suyo en la tierra, esel que tiene gracia de estado y misión especial para dirigir almas al cielo: y que ella por más que sea Superiora, por muy versada que esté en las cosas de espíritu, por muy dada que sea á la vida interior y por mucha práctica que en -ella tenga, no tendrá jamás en asuntos de dirección espi-
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