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curando llevarle nuevas oy 2er y cuidando que ninguna de las antiguas se aleje de su pastor; y sl alguna, sea por lo que fuere, se aleja y se va con otro, pobre de ella!: las indirectas caerán sobre su cabeza, como las gotas de agua én dia de lluvia. Dada la fragilidad de la criatura, este mal es inevitable en la comunidad donde haya muchos confesores ordi- narios, y por eso la Iglesia los tiene tan prohibidos. Y hoy menos que nunca se comprende ni se permite esa aglomeración de confesores ordinarios, puesto que además del extraordinario de témporas, tiene cada comunidad señalados otros extraordinarísimos, á quienes pueden llamar las religiosas en caso de necesidad. En algunas Comunidades claustrales, dan al con- fesor más importancia de la que realmente tiene, tanto que, si él no es advertido, lo harán intervenir, como si fuera un Superior monástico, en la adminis- tración de las cosas y negocios temporales ó en la disciplina interior del monasterio, que pertenece á la Prelada y no á él. Por lo mismo debe limitarse en esto á dar consejo, si se lo piden, acordándose que seyún la Santa Sede «de ningún modo puede el -.confe- sor reputarst por Superior del Convento, interviniendo en el régimen disciplinar y administrativo; ni ser procurador de cosas temporales el que sólo ha de tratar de las espirituales. (Analecta Juris Pontif. vol. IV col. 1324 y 2140.) Las religiosas que no tienen clausura parece que se inclinan á la parte opuesta; habiendo algunas que miran al confesor como un empleado de la Comuni- dad para oir faltas y dar absoluciones en días deter- minados; y esto claro es que menoscaba la autoridad del confesor y su representación divina. A este me- noscabo contribuyen mucho ciertos chistecillos so- bre la sencillez del confesor y su modo de proceder, chistes que corren de boca en boca con aprobación de la Prelada, labrando el descrédito del confesor,
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