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A A AA A coa cer dde ola A AA PS ' ] ] A A A A A 286 quizás el deseo de eludir la sapientísima disciplina de la Iglesia. Y añade, que obrarán muy mal é incu- rrirán los confesores dichosen grave responsabilidad ante Dios, si por debilidad ó condescendencia contri- buyen á destruir esa disciplina, en la que el Vicario de Cristo no ha querido hacer variación alguna, según declara en su degreto.» Para evitar los segundos, el glorioso antecesor del Sr. Spínola en la silla de S. Isidoro, el llorado Car- denal Sanz y Forés advierte á las religiosas que «el sumo Pontífice quiere que se mantenga en todo su vigor y fuerza la ley eclesiástica de un solo confesor ordinario pára cada comunidad; y por lo mismo es evidente que no deja al arbitrio de cada religiosa escoger un confesor para sí, sino que solamente en caso de necesidad puede pedir uno de los confesores designados ad casum por el Prelado. Piensen seria- mente las religiosas estos puntos; piensen que no la simpatía ó afecto natural, ni razones puramente humanas, ni vano deseo de singularizarse ha de id en asunto tan grave y tan relacionádo con la salyación de su alma, para la cual tanto ayudan la > dle dia sincera obediencia á las leyes de la Iglesia á las disposiciones de los Prelados: piensen, (añade) 0 gravan mucho su conciencia, si por razones humanas piden un confesor distinto de aquel que el Prelado ha deputado para toda la Comunidad; y que en lugar de atraer sobre su alma luces y gracias del cielo, se indisponen para recibirlas por su «singulari- dad, su espíritu de insubordinación ó su afecto o cosas de que deben estar totalmente desnu- das las almas á Diosconsagradas, y obligadas áá buscar la perfección por la negación de sí mismas, y la re- nuncia de su propia voluntad, según aquello de Jesu- cristo: «El que quiera venir en pos de mí, niéguese á sí mismo, tome su cruz, y sígame: El que quiera salyar su alma, la perderá; y quien por mí la perdie- re, ése la ganará para la vida eterna.» (Math. 17).

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