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16 Demos, pues, los Religicsos infinitas eracias á Dios. ] por la singular merced que nos ha hecho, sacándonos aus del mundo, librándonos de sus ocupaciones serviles y escogiéndonos para vacar á la oración y ejercicios espirituales, puesto el pensamiento en el Ciélo y la esperanza en los bienes que nunca han de acabar. Y pues Dios nos ha escogido para el descanso de una fies- fa continuada, festejemos en ella á nuestro Señor, que se regocija y alegra en la santificación y el bien de sus escogidos. Sí, Margarita; vivamos en continua fiesta y en perpetuo descanso, sin ocuparnos en cui- dados del mundo que nos aparten del servicio de Dios. Mira, hija mía, á tu propia vida como una pas- cua solemne en que Dios se complace: no profanes esa festividad, empleándote en trabajos del siglo; no menoscabes la dignidad y grandeza de esa fiesta, mezclando en ella ocupaciones profanas, serviles y bajas. Los empleos del Religioso han de ser la gloria de Dios, el bien de su alma y el aprovechamiento de los prójimos. Ocupándonos en esto, celebraremos dig- namente nuestra fiesta temporal y nos prepararemos para aquella fiesta eterna que no tendrá fin, y en la cual repetiremos continuamente el cántico del Pro- feta: «Bienaventurados, Señor, los que moran en tu casa; ellos te alabarán por los siglos de los siglos.» Aquí termino, querida Margarita, no porque fal- ten excelencias que contar de la vida relisiosa, sino porque la carta se hace larga, Tú, que eres feliz en ese convento, conoces por experiencia lo gratísimo que es vivir entre ánseles de paz, en compañía de Santos, siendo miembro de una Orden ilustre, hijo de un fundador santísimo y hermano de muchos y grandes santos. Tú sabes por experiencia que el convento es un jardín florido, donde el esposo de las almas tiene sus delicias y complacencias con ellás, haciéndolas participantes de sus misteriosos amores, de sus secre- tos inefables y de sus divinos consuelos. Tú sabes, en fin, que es verdaderísimo lo que afirma la Escritura A A AAA