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279 Iquiero dejar el mundo! quiero seguirte! pero guíame tú, condúceme tú, que yo ignoro las sendas de tus es- cogidos. Y El me guió al través de largo y penoso camino, me alentó en mis desmayos, allanó las mil di- ficultades que se oponían á mi marcha, superó todos los obstáculos que se presentaron, y me trajo aquí á su palacio'"para llamarme su hijo y hacerme su siervo. ¿Con qué pagaré al Señor tantos beneficios? ¿Qué le daré en retorno de tanto como me ha dado? ¿Con qué le retribuiré mercedes tan señaladas? Quid retribuam Domino, pro ómnibus que retribuit mahi? Ya sé lo que debo hacer para pagarle. Tomar el cáliz salutífero en mi mano, aplicarlo á mis labios y apurar hasta su última gota, invocando el nombre del Señor. Cálicem salutaris aci ¿piam, et nomen Do- mint invocabo. ¡Sí, Padre mío y Dios mío! Yo quiero cargar aquí con el yugo de la penitencia, quiero colocar tu cruz como sello sobre mi pecho, mortificarme y pade- cer por tí. Aquí, lejos del mundo, encerrado -y pri- sionero de amor, yo haré de la pobreza mi tesoro, de la obediencia mis delicias, de la castidad -mi gloria, de la clausura mi recreo; y así te cumpliré mis votos en presencia de tu pueblo entero. Vota mea Dómino reddam coram omni pópulo ejus. Cumplir sus votos es el primer deber de un alma religiosa, y ese cumplimiento es la cosa más aceptable que puede hacer á los ojos de Dios, y la más provecho- sa para sí misma: por eso, ¡alma mía!! olvídalo todo, abandónalo todo! ¡déjalo todo por Dios! y aquí en la soledad del claustro, alejada del mundo, oculta á los ojos de los hombres, muere á ti misma, para que tu vida esté escondida con Cristo en Dios. Cumple con perfección tus promesas y vive saritamente, si quieres tener un fin dichoso y una muerte preciosa en el aca- tamiento de Dios, porque escrito está: Pretiosa in conspectu Domini mors sanctorum ejus. 19

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