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para sufrir con paz todas las adversidades; que las enfermedades y penas que Dios nos envía, bien so- brellevadas, valen más y son de más. merecimiento y de menos peligros que todas las mortificac lonesque podamos hacer nosotros, por grandes que sean. Esos males y tribulaciones nos asemejan mucho á Jesu- cristo, hacen subir de quilate nuestra virtud, y nos ponen en aptitud de recibir muchas mercedes y gra- cias del Cielo. Así lo dió á entender el Apóstol cuando dijo que de buena gana se gloriaba él en sus enfermedades y penas para que en él habitara la vir- tud de Cristo. Mira, pues, si podías darme nueva más grata que lade hacerme saber los males y tri- bulaciones con que Dios te prueba. Las penas y los dolores son de tanta estima á los ojos de Dios, que muchas veces suele El pagar con eso los grandes servicios que le hacen sus amigos y siervos muy re- galados, como se veen la vida de todos los santos. Cansado y fatigado de hacer obras de misericordia, se acuesta el patriarca Tobias á descansar un poco, y estando dormido, de un nido de golondrinas que había en el techo, cayó suciedad sobre sus ojos, de cuya resulta quedó ci lego. ¿Es este el galardón que merecían aquellas obras de piedad y aquellos servi- cios hechos á Dios? ¡Sí, sin duda alguna! Ese es el mayor premio que Dios puede dar á quien bien le sirve; asílo enseña la razón y vamos á probarlo con este pasaje de la Escritura Sagrada. Cuando el rey Asuero quiso pagar á Mardoqueo el servicio que E hizo, descubriendo la conjuración tramada contra él, preguntó á su primer ministro qué debía hacer el rey que quisiera honrar á un va- sallo suyo, cuanto fuera posible honrarle; y Amán le contestó: Señor paréceme que el mayor honor que un rey puede hacer 4 un vasallo, es adornarlo con sus mismas vestiduras reales, ponerlo en su mejor caballo ó en su propia carroza, y mandar que los grandes de su corte le acompañen por la ciudad
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