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267 naufraguemos? ¡Sálvanos, Señor, que nos ahogamos! Y levantándose El, increpó al mar diciéndole: ¡Cál- mate! y cesó la tempestad, sucediéndole una tranqui- lidad apacible. Entonces se volvió á los disc ípulos :y > dijo: Hombres de poca fe, ¿qué es lo que teméis? ellos temerosos y maravillados, decían entre sí: ¿Quién será éste que manda al viento y al mar y ey le obedecen? Y pasaron á la otra orilla del mar. Muchas cosas hay qne notar en este hecho e «do hasta en sus menores detalles por tres evangelis- tas; pero ante todo quiero fijar tu atención en que la tormenta se cernía sobre la barca, á pesar de estar Jesús en ella; y que El entre tanto dormía, y apa- rentaba no cuidar de la nave, ni del peligro de sus discípulos. ¡Qué lección tan admirable nos da aquí el Salvador! En ella nos enseña á no creer que estamos abandonados de Dios ni dejados de su mano, por más que nos falte la paz del alma, por más que: suframos las violencias de enemigos interiores y exteriores, por más que horrenda tempestad de tentaciones se levan- te contra nosotros y nos ponga á peligro de perecer y sucumbir. En ella nos dice Cristo que no tenemos razón para abandonarnos al llanto, ni á la tristeza, ni á la desconfianza, por más que El esté dormido, por más que no oiga nuestros gemidos, por más que apa- rente no cuidarse de nosotros y por más que veamos ya ir á pique la frágil nav ecilla de nuestra alma. Sí, Margarita; cuando seas objeto de ataques infernales; cuando te sientas casi sumergida en el tenebroso mar por donde navegas; cuando el demonio te diga que Dios te ha puesto en sus manos como al santo Job, y cuando él afirme que estás pérdida, que no hay re- medio para ti, y que Dios no habita en tu alma; entonces, nolo creas, pobrecilla! Acuérdate de que Cristo estaba en la barquichuela, 4 pesar de que la inundaban las amargas olas: acuérdate de que Cristo dormía entonces muy tranquilo, como aparenta dor- mir ahora, sin acudir á tu socorro. Acuérdate de eso,

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