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o ARICA AA A ir o dicen los santos que lo han experimentado; y no sólo el Purgatorio, sino los horrores del infierno, en frase de San Juan de la Cruz. Y no es de extrañar que así suceda; porque, si Jesucristo, Cordero inocentísimo, la noche de su pasión fué entregado al poder delas ti- nieblas para pagar nuestras culpas, justoes que el alma pecadora para pagar las suyas propias, para imitar al Cordero de Dios, para tomar parte en su pasión, ó para ser purificada sea, también en cierto modo entregada al poder de las tinieblas, á los espíri- tus malos, que con sus tormentos horribles y sus mal- dades sin nombre la harán exclamar como á un anti- guo profeta: ¡Dolores imferni circumdederunt me ! (Salm. 17). Librosenteros hay escritos y otros muchos se pu- dieran escribir sobre esas pruebas del alma, sus cau- sas, objetos, fin y admirables efectos; pero esas cosas son para directores y no para dirigidos, y por eso las dejo aparte, limitándome en ésta á decirte cómo te has de portar en ese triste estado. Tú misma me dices que «la barquilla es frágil, la tempestad horrible, las olas furiosas, el viento huracanado, el naufragio inminente», y esto me recuerda la borrasca que los apóstoles sufrieron en el mar de Genesareth, imagen perfecta y símbolo acabado de esas tempestades del alma; por lo cual voy á presentarla á tu considera- ción para que medites en ella y aprendas lo que has de hacer. He aquí cómo refieren el suceso los evan- gelistas. «Aconteció que un día entró Jesús con sus discí- pulos, en una barquichuela, y les dijo: Pasemos á la otra orilla del mar. Y partieron hacia allá. Mientras los discípulos navegaban, El se durmió, y de repente se levantó una gran tempestad de viento que bam- boleaba la barca, llenándola de agua, detal modo, que estaban á punto de hundirse y naufragar. Cuando ya las olas casi cubrían la nave, se llegaron á El y le despertaron gritando: Maestro, ¿no se te da nada que

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