BCCPAM000535-2-23000000000000

A 252 Allá en los principios del mundo, dice la Escritu- ra santa que plantó Dios en medio del paraiso el ár- bol de la vida, árbol de virtud tan particular y ma- ravillosa que su fruto estaba destinado á conservar las fuerzas del hombre, su salud y robustez, preser- vándolo de las enfermedades y de la muerte. De modo que, si el hombre hubiera permanecido en su inocen- cia, y la humanidad se hubiera propagado en el pa- raíso, todos se hubieran mantenido con aquel fruto misterioso, y mientras comieran de él serían inmor- tales, pues, sólo cuando se abstuvieran de ese alimen- to, perderían la salud y la vida. Pues, en el Edén de los claustros religiosos ha plantado Dios nuestro Señor otro árbol de vida, cuyo fruto está destinado á conservar la salud espiritual de los religiosos y á preservarlos de la muerte del pecado. Este árbol es la observancia regular, y mien- tras los religiosos coman de su fruto y se atengan estrictamente á las leyes de su orden, estarán llenos de vida, gozarán de buena salud espiritual y no mo- rirán con la muerte de la culpa; pero en el momen- to que dejen de comer los frutos del árbol de la re- gula? observancia, se debilitarán y morirán, ó se acercarán á la muerte. El fruto de este arbol es el que da vida y valorá todas las prácticas religiosas, porque en la religión el confesar y predicar, el man; dar ú obedecer, el cocinar ó eantar en el coro, en tanto es meritorio y agradable á Dios, en cuanto está con- forme á lo dispuesto en el conjunto de leyes que se conoce con el nombre de observancia regular. Por donde se ve que para nuestro caso no es menos impor- tante esta observancia regular, que lo sería para los moradores del Paraíso la conservación del árbol de la vida. Pues consideremos ahora, si los hombres habitaran en el Paraíso, cómo cuidarían de aquel árbol; con cuanto esmero lo cultivarían y regarian; cómo pro- curarían que los chiquillos no subieran por el tron-

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz