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249 de que los superiores usen con los súbditos ese ejerci- cio de propia abnegación y de vencimiento del pro- pio juicio, alabado y practicado por los. santos; que si lo usaran frecuentemente, más florecería la obe- diencia en el jardín de la Religión. Parece mentira el poderque la costumbre ejerce en el hombre para contraer vicios ó adquirir virtu- des. Pocas cosas hay más desagradables y repug- nantes al paladar que el humo del tabaco chupado 6 extraido de un cigarro; no hay fumador en el mundo que las primeras veces haya encontrado gus- to en esa operación ni le haya sido sabrosa; más aún, no hay uno que al principio de fumar no haya experimen tado náuseas, repugnancia y mareo con el humo del tabaco; y sin embargo de eso, repitien- do la operación una y otra vez, todos los días, se acostumbran de tal modo, que la costumbre ejerce sobre ellos un dominio tiránico, que les lleya al extre- mo de querer mi is bien carecer de pan que de taba- co, como ellos dicen. Pues, si la costumbre hace sa- brosa al hombre una cosa de suyo tan desabrida, ¿qué haría la obediencia en los religiosos, si el su- perior los acostumbrara y les ayudara á negar conti- nuamente su propio querer y su propia voluntad? Por esto te decía que para llegar á la cumbre de esta virtud, necesita el súbdito del superior, como el enfermo del médico; y ojalá que cada maestro de novicios y cada superior monástico fuera un médi- co que se ejercitara en curar del modo dicho á nues- tra enferma naturaleza. Pidamos, pues, al Señor que nos dé superiores de esta clase; y no hagamos nosotros más pesado su oficio con n uestras quejas y ll: anto. El superior al mismo tiempo que médico es padre, y para un padre es muy doloroso tener que curar á su hijo y caute- rizar sus llagas. Si el hijo se muestra contento, ani- moso y agradecido, todavía el padre se anima y que- ma, corta ó aprieta, según la necesidad; pero si el

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