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¡ p 246 gusto á la comida sana y provechosa: apetezco todo lo que me puede dañar, y merepugnan las medici- nas y manjares que me pueden aprovechar; pero no me conviene dejarme engañar de mi apetito de en- fermo, porque de lo contrario la muerte no se hará esperar.» Pues esta es la cuenta que cada religioso debe echar consigo mismo; y en ella tendrá un remedio seguro para todas las faltas que suelen cometerse contra la santa Obediencia ¡Oh qué buen remedio es este, cuando se ofrecen juicios y objeciones contra lo mandado! «Mi pobre naturaleza está enferma por el pecado, y mi enfermedad se llama orgullo, ese orgullo de la rebelión que tiende al aBéurdo de la independencia absoluta; y como enfermo, no sé ape- tecer sino lo que me daña, ni aborrecer sino lo que me aprovecha. Mi amor propio y mis pasiones desor- denadas tienen repugnancia y asco á la medicina de la obediencia, y apetecen la verde fruta del propio querer y dela propia voluntad. No necesito yo más que esto para conocer que mi enfermedad se va agra- vando, y que empeoraré, si no tomo la medicina, y que moriré, si satisfago lo que se le antoja á mi in- dómita voluntad. A grande mal me expongo, sique- branto el régimen que me ha impuesto el médico de mi alma, y temibles complicaciones tendrá mi enfermedad, si no me sujeto á la obediencia. Corte, pues, el superior por donde quiera y haga lo que guste, que á mi me toca obedecer, seguro de que por ese camino conseguiré mi salud. Tal vez o mi amor propio le- parezca que el superior manda sin fundamento; tal vez me quiera hacer creer que este médico de mi alma es cruel, que corta sin com- pasión, saja sin piedad, aprieta sin temor y se ríe de verme sufrir; pero estos son delirios de mi imagina- ción calenturienta, porque la razón me dice que la verdadera compasión del médico consiste muchas veces en ser cruel, en cortar y apretar la llaga, has-
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