BCCPAM000535-2-23000000000000

243 ó las cosas le salgan mal, no tendlotro renillio que echarse la culpa á sí mismo y exolamar: Bien em- pleado me está, y bien merecido lo tengo! En este cargo y en este sitio, sé que cumplo mi voluntad, pero no sé si cumplo la de Dios, 6 mejor dicho, sé que no la cumplo, y que todo esto me sucede en castigo de mi poca abnegación. Si me hubiera dejado en manos de la obediencia, estaría en otro puesto, en otro lugar, y todo me sadría bien: ¡pero aqui!..... ¡Juste heec patimur! bien merezco este castigo. Mas por el contrario, cuando uno nada busca ni procura, sino que se deja completamente en manos de Dios y ocupa el lugar y empleo que la obediencia le ha mandado, entonces ¡qué paz! ¡qué satisfacción! ¡qué consuelo y confianza se experimenta en las contrariedades de la vida! Oh, que consolador es para un alma religiosa poder hablar con Dios de esta manera: «Señor, yo no vine aquí por mi gusto, ni estoy en este cargo por voluntad propia: Tú me pusiste en él, tú me trajiste á este sitio. De tu cuenta corre sacarme airoso, ayudarme, defenderme, y cum- plirme la palabra que tienes dada de hacer cantar victoria al obediente.» ¿Hay cosa en el mundo más consoladora que esta para un religioso? Y si no la hay, ¿es posible que las almas religiosas busquen en la obediencia su propio gusto y su propia voluntad? ¿Es posible que no vean en la persona de 'su prelado la autoridad de Dios, cuyas veces hace? ¿Es posible que se cometan tantos y tan garrafales defectos con- tra la obediencia santa? No los cometas tú, mi buena Margarita, sino ejer- citate continuamente en obedecer con perfección, en hacer la voluntad de Dios, medio muy poderoso para andar en su divina presencia y encendernos en su santo amor. Que él arda siempre en tu pecho, desea por conclusión tu afectísimo P. Fr. A.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz