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242 mientras que su'parecer va adelante: mas apenas la prelada con mansedumbre de cordero dice ú orde- na otra cosa distinta de la que ellas quieren, todo cambia de aspecto y se revuelven contra la Superiora que así contraría su parecer, llegando hasta perderle el respeto con palabras ásperas y atrevidas, casi con amenazas y movimientos de manos, como acostum- bran las mujeres del siglo. Horror! que verdadera- mente es horrible que una religiosa pierda el respeto á su Prelada. Si á esta religiosa se le reprende, contesta con mucha frescura: La trato asi porque es mi hermana de noviciado, y tengo con ella mucha confianza. Insensata! y por ser tu hermana de novi- ciado, deja de ser tu Superiora? No ves, ciega, que Dios ha puesto en sus manos el báculo de la prelacia? No ves que desedificas á las demás y escandalizas á las jóvenes que corren ó anhelan correr como gace- - las por el camino de la perfeción, humildes y obe- dientes? Es esto obedecer á la Madre como á Cristo? El último defecto contra la obediencia y quizás el más frecuente, es procurar con disimulo que el supe- rior condescienda con nosotros y nos mande aquello á que mostramos afición, porque nos gusta y agrada. Engaño grande es este, porque, como enseña San Bernardo, esto no es obedecer al Superior, sino sújetarlo á nuestro querer. ¡Ay de aquel que tiene el cargo, ministerio, ocupación ú oficio que él deseó y procuró! Pensará tal vez que ha hecho algo, que ha trabajado mucho, que ha merecido de la religión, y por ventura será así á los ojos de los hombres; pero á los de Dios quizás estará vacío de merecimientos y tan lleno de propia voluntad que merecerá por re- compensa aquellas palabras del Evangelio: Recepisti mercedem tuam. Ya recibiste tu paga. El religioso que está en el sitio, empleo 6 puesto que él se ha procurado, no sé cómo puede vivir tranquilo, ni qué consuelo puede hallar en los tristes azares dela vida. Cuando le sucedásalgún percance
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