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240 durante aquél han hecho lo que han querido, al ver que con la Prelada entrante no pueden hacer lo que hacían con-la saliente, se van á ésta y le dicen con una suavidad de dos mil diablos: «Madre, no se apure S. R., que nosotras somos las mismas: mánde- nos como antes, que para nosotras S. R. será siempre la madre, y nadie más.» Esta, si es mujer fuerte y de virtud, las mandará á paseo, ó les inculcará la sumi- sión y el cariño á la nueva prelada; pero si es débil y tonta, cree aquellas palabras, cae en el lazo del demo- nio, y se hace cabeza de motín contra la nueva Prela- da y contra Dios, á quien representa. Y no se formará una vez la camarilla, sin que salgan á relucir los defectos de la Superiora, y se haga burla de su modo de proceder. Para ofuscar más á esas infelices religiosas, el demonio les hará ver todos los defectos aparentes de la que está en lugar de Dios; de tal modo, que aun- que pinte santos, serán diablos; y al mismo tiempo presentará á la otra tan perfecta, tan digna de ocupar el primer puesto, y tan santa, que no le faltará más que hacer milagros. Y cuando las cosas llegan á este punto, ya el diablo las tiene cogidas en la trampa de yeren la prelada, no la representante de Dios, sino la mujer llena de faltas y despreciable por sus defec- tos; mientras que de la otra han hecho su ídolo, al cual veneran como á un semidiós, sin reparar que en ella no adoran más que á sus propias pasiones, la rebeldía, la desobediencia y el non serviam del maldi- to Luzbel. Esta es una de las causas que dan por resultado los bandos y divisiones, peste de la vida religiosa. Don- de tal calamidad exista, miren las hijas del claustro de dónde tuvo principio, y hallarán que provino del apego de unas cuantas cabezas de ciruelos á la Madre tal 6 cual; apego que les vendó los ojos para no ver en la Prelada á la representante de Dios, sino á la rival de su idolillo, y en éste á liMadre necesaria,

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