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239 vista parece, y más si esos pretextos y excusas no son verás leros, como de ordinario acontece; y la pr ueba de que no son verdaderos la da una triste experiencia de lo que pasa entre religiosas poco amantes de obe- decer. Hay unas que, cuando les mandan hacer labo- res de comunidad, se excusan con sus muchos que- haceres y su faltade tiempo; de tal arte, que es preciso dejar las por imposible; y esas religiosas tan ocupadas se pasan el año haciendo flores y vanidades para darlas de aguinaldo por Navidad á sus conocidos. ¡Qué tesoro de obediencia amontonarán al cabo del año! He visto otras que con mucha suavidad se.excu- saban de hacer un trabajito indicado por la Superior: diciendo que estaban muy ocupadas, que lo hiciera fulana; y mientras esta fulana lo hizo, ellas estuvieron regando macetas y echando pan á los peces del estanque. ¡Qué modelo de obediencia! ¡Cuántos pre- textos falsos y cuántas dobleces de este género, hallará el Señor en muchos y en muchas que han profesado obediencia, y han hecho renuncia de su propia voluntad! ¡Oh, qué camino tan ancho y tan de perdición es éste! ¡Líbrete Dios, querida Margarita, de andar por él! Cuando haya un motivo verdadero para dejar de obedecer, exponlo con libertad, y expuesto tu motivo, haz lo que se te ordene; pero los pretextos mendigados y las excusas falsas estén lejos de ti, porque á los ojos de Dios son verdaderas des- obediencias. Hay otro gran defecto contra la obediencia, que no sé qué nombre darle ni cómo calificarlo; defecto que nace del apego de unas religiosas á otras, apego que insensiblemente hace que el alma quite la vista de Dios para ponerla en la criatura, y que mire, más que á la autoridad, á la persona que la ejerce y repre- senta. ¡Ob, cuántos males siembra el demonio entre las religiosas por este camino! Parecería mentira, si la experiencia no lo enseñara. Acaba una Prelada el tiempo de su ofigio, y dos ó tres paniaguadas, que
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