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235 precioso de la obediencia. La antipatía nace siempre de soberbia óú de envidia; de lo primero, si uno se juzga más favorecido que el otro en dones de natura- leza; y de lo segundo, si sucede lo contrario; y en ambos casos, ¡ay de la religiosa víctima de cual. quiera de esos vicios! porque ellos trocarán la antipatía en aversión, y ésta acabará con la obediencia y con to- das las demás virtudes. Las prevenciones, sospechas y juicios contra la obediencia nacen casi siempre de un corazón maléa- do y lleno de miserias. El hombre caído tiene la negra fatalidad de colocar fuera de sí sus pro- pios deseos y pensamientos, atribuyéndoselos á los demás; tiene la maldita inclinación de medir á los otros consu propia medida, de juzgar por su cora- zón el ajeno; y como el suyo es tan tuin y mise- rable, que puesto en lugar del Superior obraría con. fines torcidos “y miras aviesas, juzga y sospe- cha que el Superior obra del mismo modo, llenándo- e de prevenciones contra él, y echándolo todo á la peor parte. ¡Oh qué miserablemente se porta la religiosa que esto hace, y cuán nauseabundo «debe ser su corazón á los ojos purísimos de Dios! Del fondo de su miseria brotará bien pronto, si ya no ha brotado y crecido, la repugnante aver- sión y el triste descontento que harán de su vida una vida de infierno. A las prevenciones, sospechas y juicios siguen, co- mo la consecuencia á sus principios, ó como la soga al caldero, las críticas y murmuraciones contra To mandado ó contra quien lo manda. Esta es la peste de la religión, cosa tan aborrecible para Dios, que en la Escritura santa dice El que la detesta y abomina con toda su alma. Sembrar discordias entre los hermanos ya es cosa detestable para Dios, porque va contra la caridad; pero sembrar y fo-, mentar discordias contra los prelados, en lo cual Juntamente se falta “á la caridad y la obediencia,
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