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alegre y tranquilo; y el que tiene defectos en obede- cer, siempre ha de andar inquieto y turbado. La obe- diencia santa es voluntad de Dios que la cumpla- mos; y ¿quién resistió jamás á la voluntad de Dios y tuyo paz en su alma? Esto preguntaba el santo Job, porque estaba seguro que la desobediencia y la paz del alma se excluyen mutuamente como la luz y las tinieblas. En segundo lugar nos va el corto caudal de nuestros méritos, porque obedeciendo con perfec- ción adquirimos nuevos tesoros, y desobedeciendo ú obedeciendo mal, perdemos los ya adquiridos. Y ¿quien habrá tan necio que, puesto en el trance de perder ó ganar, opte por la pérdida antes que por la ganancia? En tercer lugar, la obediencia perfecta hace al religioso casi impecable, en frase de San Jeró- nimo; y ¿qué cosa puede interesarnos en la vida tanto como ésta? ¡Ahí es nada! ¡ser casi impecable! Bendita obediencia la que tiene tanto poder! Ella es excusa segura delante de Dios, como dice San Juan Clíma- co; porque, si El me preguntare en el juicio: —por qué hiciste esto? — y yo le contesto con verdad: —Señor, por obediencia, —esta excusa me salvará; porque, si la cosa no estuvo bien mandada, el Superior dará cuenta de ella, y no yo, que sólo debí obedecer en lo que no conocí haber ofensa de Dios. Finalmente, en obedecer con perfección nos va nada menos que la corona de la gloria, y con esto se dice todo; porque dar entrada en nuestro corazón á las faltas contra la obediencia, es ponernos en camino de ser desobedien- tes y perdernos para siempre, por lo cual jamás nos guardaremos bastante de esas faltas y defectos. Entre éstos ocupan el primer lugar por su malicia las prevenciones y antipatiías contra el superior ó: contra lo que él manda. Una de las armas con que más guerra nos hace el demonio y más victorias consigue en los claustros es esa antipatía, esas preven» ciones, sospechas y juicios contra el superior, porque son á manera de fuego que reduce á polvo el lazo %

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