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a 230 nancia, y á pesar de ella cumplimos con lo man- dado. Por último, la obediencia debe ser generosa, sin mirar dificultades ni peligros, con ánimo de arros- trar todos los que se presenten, y de ofrecer á Dios cuantos sacrificios sean necesarios para cumplir lo que El ordene por medio de su representante. Esa generosidad es muy meritoria y muy grata á Dios, porque pone al religioso en manos de su prelado, pa- ra que disponga de él á la mayor gloria de Dios, co- locándolo en el lugar, oficio, cargo ó sitio que más le acomode seguro de que allí estará satisfecho, tran- quilo y persuadido deque cumple la voluntad divi- na. Obedezcamos pues así, pronta, ciega, alegre y ge- nerosamente, que quien esto hace canta siempre victoria, según la promesa del Espíritu Santo. Cuando á la obediencia religiosa le faltan aleunas de las cuatro condiciones mencionadas, deja de ser perfecta, y su imperfección arguye siempre Ífalta en el religioso que la comete; porque la imperfección co- metida es siempre efecto de la soberbia, de la yanidad, del respeto humano, de la pereza, ó de otro cualquier vicio que tiene raíces en el pobre corazón humano. Y lo peor or todo es que las faltas é imperfecciones en obedecer, si son repetidas, destruyen fácilmente el espíritu de obediencia y, perdido. éste, el alma reli- gíosa es nave sin timón ni gobernalle en el revuelto mar de la soberbia humana, expuesta siempre á pe- ligro de perderse. Por esto debemos acostumbrarnos á obedecer con perfección, no sólo á los prelados y superiores, sino también á nuestra Regla y Constituciones, verdade- ras leyes de la Religión, obligatorias á todos y á ca- da uno de sus miembros respectivamente, porque fueron hechas para regir nuestros actos y unirlos á un fin determinado con los lazos de la obediencia. La trasgresión de la Regla y Constituciones es tan culpable á los ojos de Dios, como la desobediencia al
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