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229 Pronta, porque la tardanza en obedecer es obsequiar y dar gusto al diablo; y poreso el buen obediente cuando le mandan alguna cosa, aplica el oído para escuchar lo que le ordenan, prepara los pies para irá cumplirlo, y las manos para ponerlo por obr a, llegan- do hasta dejar la letra comenzada por irse 4 obedecer y no perder in ápice del mérito de esta virtud. Y cuán grata le seaá Dios esta prontitud en obedecer, lo ha demostrado El en muchas ocasiones con repetidos milagros. Ciega debe ser también lá obediencia, y esto quiere decir que no tenga ojos para ver ni examinar los mo- tivos ni razones de lo que se le manda; ni quiera ave- riguar el por qué se le manda á él y no á otro, con qué intención se le ordena esto y no a ¡juello, porque el que estas cosas examina, no es perfecto obediente. La obediencia verdadera, como enseña el Pa Me- lífivo, curiositate carens, carece de curiosidad, no exa- miña por que ni para qué, cómo ni cuándo. E ] único argumento que se le ofrece es el ds: ce Es obe- diencia? luego es voluntad de Dios; luego es lo mejor que yo puedo hacer; luego no hay más que cumplirlo pronta y ciegamente. ' La tercera condición de la obediencia perfecta es que sea alegre, y esto quiere decir que se obedezca de buena voluntad, con gozo de alma y agrado exterior sin quejas, desconfianzas ni murmuraciones, pensan- do que los ángeles escriben en el libro de la vida aquel acto de obediencia, creyendo que aquello es lo mejor, lo que mi is nos conviene, lo más agradable á Dios y lo más meritorio que podemos hacer, porque en he- cho de verdad, un acto de obediencia -paL fecta vale más á los ojos de Dios que muchas y grandes peni- tencias prácticadas por voluntad pr: pia. de aquí se debe advertir que la tristeza que sesiente, ó la re- pugnancia natural que experimentamos en la prae- tica de la obediencia, lejos de quitarle mérito'á esa virtud se lo aumenta, si sabemos vencer esa regug-

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