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219 ma con la fiecha del amor divino, se encienden más y más los buenos deseos, se apaga la centella de la ira, se adormecen las otras pasiones, se endulzan los pesa- res de la vida, y nos libramos de la vista y de la len- gua de los mortales ¿Pero á qué proseguir? Digamos de una vez que es jardín de las flores de Cristo, an- helo de todos los santos, fomento de todos los bienes espirituales, escala para subir al cielo, y lazo que ata al alma con su Hacedor. Si después de sabidas estas cosas, no haces un es- fuerzo por gustar los bienes que encierra la soledad, te parecerías, querida Margarita, al pobre que tenien- do delante y á su disposición un arca llena de oro, se quedara siendo un miserable, por no probar á abrir- la, Ó por no tomarse el trabajo de romperla. Prueba á vivir siempre retirada, á esconderte en tu celda, á poner tú nido en la soledad, y verás como en ella te habla El esposo querido, También en soledad de amor herido. ¡Que así sea! Adiós, y pide al Cielo por tu afmo. P, pu Fr. A. 4

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