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215 Ya teindiqué en mi anterior, que iba á tratar de los bienes y provechos que en sí tiene la soledad, por parecerme que esto era necesario para hacértela cada día más amable. Naturalmente somos amigos de la disipación y de las vanas conversaciones, por ser es- to suave y de buen gusto para nuestra mala inclina- ción; y somos enemigos de la soledad y el retiro, por ser esto áspero y desabrido al paladar de nuestra corrompida n: aturaleza; y de aquí nace que algunos religiosos, aunque amen la soledad, huyan de ella, como hace el niño enfermo, que aunque estima la sa- lud, detesta la medicina, por parecerle amarga ó de- sabrida; de modo que para tomarla es preciso que antesla endulcen y le pongan delante el azúcar, y le digan uno por uno los provechos que se le segul- rán, si la toma. Esto mismo haré hoy contigo, no porque seas niña en la virtud, ni porque necesites de esto para vivir siempre retirada, sino para que tú, como maestra, puedas persuadir esta verdad á las que lo necesitan. Pues el primero y el mayor de estos bienes es el trato y unión con Dios, que en la soledad se experi- menta. Bien lo dijo el extático San Juan de la Cruz, como que lo había gustado por e xperiencia! En la canción treinta y cinco de su inimitable Cántico espi- ritual entre el alma y Cristo, dice que ella, como palo- ma casta En soledad ha puesto ya su nido, Y en soledad la guía A solas su querido, También en soledad de amor herido. Y declarando el Santo esta canción; dice que dos co- sas hace en ella el Esposo divino: la primera alabár la sóledad en que el alma quiso vivir, diciendo cómo fué medio para en ella hallar y gozar á su Amado..., y la segunda decir que por cuanto ella se ha queri- o quedar á solas de todas las cosas criadas por su La
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