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210 lugar donde convienen ó sejuntan esas anacoretas para vivir bajo una misma regla, sin dejar por eso su recogimiento y retiro,.tanto interior como exte- rior. De modo que, si por esta causa el monasterio parece un desierto y las monjas solitarias, no hacen más que parecer lo que ex realidad deben ser. La monja debe vivir en retiro constante, huyendo siem- pre del comercio del mundo y del trato con los hom- bres, porque debe vivir sólo para Dios: y muchas no viven para “Dios, sino para sí mismas y quizás para el mundo. ¡Qué lástima! Lo que no puedo concederte es la otra parte de la objeción, á cae la soledad y el retiro hagan tris- te y amarga la vida religiosa. Ántes que tú me han hecho de palabras esa misma objeción. Una Priora llegó 4 decirme (con cierto tonillo de doctora) que el mucho retiro no conviene á las monjitas, porque se vuelven melancólicas y ponen una carita muy triste. ¡Qué expresión tan mundana! Quien me la dijo me pareció algún tanto aseglarada, y segura- mente no había gustado nunca las dulzuras del re- tiro santo. ¡Qué ignorancia, Dios mío' ¿Amarga la soledad? ¿Triste el retiro? ¿Hay acaso en la vida cosa más agradable y deleitosa que la soledad santa, don- de el entendimiento recogido y el corazón desemba- razado de aficiones terrenas se unen á Dios, recreán- dose con sus celestiales coloquios? ¿En dónde nos visitan los ángeles del cielo, y en dóndé nos habla Dios interiormente más queen la soledad? En ella se llena el alma de afectos devotos, se ejercita en las divinas alabanzas, adquiere inocencia de vida, libra sus ojos de vanidades seductoras, no necesita para su lengua freno que la guarde de contiendas y por- fías, y “todo le ayuda á levantar su mente al cielo y purificar su corazón. Y para decirlo de una vez, la religiosa que ama la soledad de su celda y en ella mora, vive en delicias llena de alegres esperanzas, tranquila de ánimo, segura de conciencia, amada de
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