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209 dad.» ¡Dichosa tú, si ese temor santo que se apodera de tu alma, te da como al rey profeta alas de paloma para huir del mundo y morar gustosa en la soledad! porque, si bien lo consideras, ella es la guarda de la inocencia y uno de los mejores medios para la santi- ficación de las religiosas. Es cosa indubitable que el alma no puede santifi- carse sin los auxilios de la gracia y las inspiraciones de lo alto: y por experiencia sabemos que el trato con las gentes, los negocios seculares y el ruido del mundo, nos ensordece y nos inhabilita para oir la suave y dulce voz de las inspiraciones divinas. Por eso dice el Señor, hablando del alma que quiere san- tificar, que la llevará á la soledad y le hablará al corazón; mas esto se debe entender, no precisamente de la soledad del cuerpo, sino de la soledad del alma, puesto que como dice San Bernardo, Dios no es cuer- po sino espíritu, y así no pide soledad corporal, sino espiritual. Porque ¿de qué le aprovecharía á una monja la soledad exterior, si tuviera el interior dis- traido, y su corazón en medio del ruido y tráfago del mundo? Lo que Dios quiere esque allá dentro del corazón haga la religiosa una morada solitaria, donde viva unida con su Dios, sin que basten á sepa- rarla de El todas las ocupaciones y negocios en que le ponga la obediencia. Esto es lo que Dios desea y lo que El nos pide. Aquí podrás objetarme que, si se junta esa abstrac- ción del mundo con el recojimiento interior, y éste con el silencio exterior, y todo eso con la clausura, el convento parecerá un desierto y las monjas anacore- tas Ó ermitañas: y que esto haría la vida religiosa melancólica y triste. La primera parte de la objeción te la concedo, advirtiéndote antes que estás muy en- gañada, si piensas que no debe ser así. Poco alcanzas en achaques de etimologías, si ignoras que la palabra monja significa solitaria, anacoreta, ermitaña ó mu- jer que vive en soledad; y monasterio ó convento el

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