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206 mo dando á entender que la ley consuetudinal es le- gítima y bien fundada. Esto habla muy alto en favor de las religiosas, que son miradas con tanto mayor respeto, cuanto más alejadas viven del mundo y más desdeñan las visitas de toda clase de personas. ¡Ojalá que siempre fuera así! ¡ojalá que las religiosas no perdieran nunca su buena fama, ni los españoles su buen sentido! Pero ¡ay! atravesamos tiempos muy malos; el de- monio hace esfuerzos por introducir la abominación de la desolación en el lugar santo, y es preciso que estemos muy alerta, y andemos sobre.ayiso, para que no entren las babosas á empañar con su impura Baba las azucenas de Cristo. Pero ¿qué digo? ¿No han en- trado ya alguna vez? ¿No hay gomosos que se pegan á las rejas de un locutorio, sin que haya una religiosa digna que á escobazos los eche de allí? ¿No hay pe- rillanes que llegan á introducirse en el corazón de las religiosas, como asquerosos gusanos en el cáliz de una flor? ¿Y no hay también algunas religiosas que, si con el cuerpo viven en el claustro, tienen el pensa- miento y el corazón fuera de 61? ¿ Y de dónde procede ésto, sino de la inobservancia de la clausura? ¿De dónde proviene, sino del trato con el mundo? ¿Por qué no se cierran todos los locutorios de monjas á piedra y lodo? ¿Por qué no tienen doblada plancha metálica, y tupido velo, para que no vean ni sean vistas? ¿O por qué las preladas no arrojan de él con piedra y honda á los que vienen á quitar el tiempo á las religiosas, y otra cosa que vale más que el tiempo, los afectos, que deben ser sólo para Dios? ¡Oh, qué mal me sabe la amistad que se traba por entre rejas y velos! Bien ha hecho la Iglesia con dar leyes tan estrechas, para tener seguro en el recinto de los claus- tros el tesoro de la virginidad! porque el licor pre- cioso sólo se conserva encerrado é incomunicado con la atmósfera. Quiera el cielo que todas las religiosas se persua-
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