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198 E tierra y en el Cielo, como el lirio entre las espinas, como la azucena entre las flores, como el oro entre los metales y como el sol entre los astros; y sobre es- ta prerogativa está la deseguir los vírgenes en la glo- ria al Cordero inmaculado por donde quiera que va- ya; y sobre ésta la de llevar escritos sobre la fren- te como o el nombre gloriosísimo de ese mismo Cordero y el de su Eterno Padre; y so- bre ésta la de cantar en su presencia un cántico nue- vo, siempre nuevo! que sólo ellos padrán cantar en las alturas: y sobre ésta la de ostentar un título de nobleza la más alta, cual es la de ser el alma reina consorte del rey del Cielo. ¡Qué privilegios y que pre- rogativas! Todos ellos constan en la Escritura santa, y de todos ellos nos habla el profeta apocalíptico en su portentosa visión. Vió al Cordero sobre el monte Sión, y con él á una gran multitud que llevaban el nombre de El y el de su Padre grabados sobre la frente; y oyó una voz del Cielo semejante al ruido de muchas aguas..... y la voz era como de citaristas que tocaban sus citaras y cantaban un cántico nuevo que nadie más que ellos podían cantar. Estos son.... los vírgenes;... éstos siguen al Cordero donde quiera que va.... porque fueron hallados sin mancha ante el trono de Dios. ¡Qué hermosísima visión y qué consoladora! En lo más alto del Empíreo, figurado por el monte Sión, ve San Juan á Jesucristo, Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, y á su alrededor divisaá los virgenes. Ah! las almas que nunca han manchado su pureza, no pueden vivir más que en lo alto del mon- te santo, donde se respira el puro aire de la castidad! Se han elevado en la tiera sobre la condición huma- na, y en el Cielo se elevan también á la cumbre de la gloria. Y llevan escrito sobre la frente el nombre del Cordero. Por qué razón? Ah! la gloria de una religio- sa, la gloria de una virgen es no haber pertenecido á nadie más que á Jesucristo. Ese nombre divino gra-
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