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196 dentro de mis muros, y un nombre más glorioso que el que le dan los hijos y las hijas, porque les daré un nombre sempiterno. En cuanto á lo primero que es morar en la casa de Dios y habitar en su palacio, tú que lo gozas, sabes por experiencia lo que esa dicha vale; y si vivir en la casa terrestre del Señor es cosa tan rica, ¿qué será morar en su casa celestial? Pues esa dicha promete Dios á los vírgenes, dándonos á ¿ entender que la virginidad tiene el privilegio de ser señal cierta de predestinación. Dice más el Señor; que les dará un nombre glorioso; ¿y cuál será éste? ¡Ah! el dulcísimo, el incomparable, el regaladísimo nombre de esposas de Cristo, como veremos después. Esta es otra gloria de las vírgenes, y esclusivamente de ellas, por lo cual se distinguen del resto de los demás santos que moran en la tierra y en el Cielo. Otro tercer privilegio tiene la virginidad, y es dar á Dios completa posesión de la persona que la pro- fesa. El corazón de una virgen pertenece enteramen- te á Dios, no está dividido entre el Creador y las cria- turas, porque ella no pertenece ya al mundo. La vir- gen verdaderamente tal, diceel Apóstol que es san- ta en cuerpo y alma, desprecia todos los placeres de la tierra, no se digna siquiera fijar su vista en los deleites del muudo, y rompiendo con mano fuerte todos los lazos humanos, vuela con la libertad de los hijos de Dios, se remonta al igual de los espíritus puros, y adquiere la soberanía y eli imperio de la na- turaleza, casi como lo tenía el hombre antes del pe- cado. Otro privilegio de la virginidad está incluido en aquellas palabras de Jesucristo: Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán á Dios. Hay algo en esa virtud que purifica y fortifica los ojos del alma, alarga su vista ó acorta la distancia que de Dios nos separa, de tal modo, que las almas puras lo ven, aun en este mundo, con más claridad. Por eso dice S. Juan Clímaco, que el que quiera saber y en-
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