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193 buen principio, se conoce en que á medid4 queella crece, crece también el amor divino y los deseos de perfección; y cuanto más se acuerda uno de aquella persona, tanto más se acuerda de Dios, y le da más gana de santificarse, y de vivir en Dios, por' Dios y para Dios, tanto que este amor divino viene como á eclipsar al otro y dominar sobre él. Mas cuando la afición no es puramente espiritual, y procede de vi- ciado origen ó va mezclada de imperfección, se cono- ce en que con la memoria de aquella persona no aumenta la memoria y amor de Dios, sino por el con- trario se disminuye, dejando en el alma cierto remor* dimiento de conciencia, y cierto olvido de Dios, como si el amor de la criatura quisiera superar al del Cria- dor. Tal es la diferencia que halla el Santo entre el amor puramente espiritual, y el queno tiene tan su- bidos quilates. Mide pues, con esta medida tus aficiones, pésalas en la balanza del santuario, examínalas á los destellos de esta luz, y si las hallas defectuosas, arráncalas de tu corazón, ó échalas en el crisol del amor divino hasta que de allí salgan bien purificadas: y si por fortuna son tan puras que no necesiten acrisolación, entonces vive prevenida para no consentir qne en adelante se mezcle en ellas nada imperfecto. En una palabra, aparta de ti lo que de Dios te aparte, y acércate á lo que á Dios te acerque, pero con le advertencia de que el corazón no se te pegueá lo que te acerca á Dios,si- no á Dios mismo, supremo fin y ultimo objeto de nues- tro corazón. ¡Más, mucho más! pudiera decirte de las cosas á que nos obliga el voto de castidad, y de otros varios debe- res que nos imponen; pero no todos son deberes en este punto, que también hay derechos muy grandes; no todo son obligaciones en este voto;que tiene también ivilegios y exenciones dignas de una santa envidia. Si los hombres tuviesen ojos para ver esos privilegios, y luz adecuada para examinarlos, y conocimiento bas-
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