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192 de perderla y la mucha seguridad de conservarla. Tan- to ésta como aquél hacen al religioso atrevido y ne- gligente, y louno y lo otro pone en peligro la pureza del corazón. Quien fía mucho de sí mismo fácilmente se expone á los peligros, y quien se expone á los pe- ligros, suele perecer en ellos. El jugador es el que puede perder, que quien no juega nunca pierde. El nadador que fiado en su destreza se arroja al río, es el que suele ahogarse, que quien tiene miedo de mo- jarse los pies, difícilmente se ahoga. La conversación y el trato familiar, máxime con personas de otro sexo, es también grande enemigo de la castidad, porque de ahí suele nacer cierto cariño y afición que aunque al principio parezca buena y lo sea, más tarde viene á degenerar y convertirse en pe- ligrosa, si no está el alma muy sobre sí. Por eso nues- tro Seráfico Doctor San Buenaventura aconseja Al religioso que ande alerta con esas aficiones, aunque se trate de personas virtuosas y recatadas, y aunque la afición sea puramente espiritual, porque de lo con- trario, si no hay vigilancia, el diablo sacará partido y saldrá con la suya. Pero como necesariamente hemos de tratar y con- versar con los demás, mientras estamos en el mundo; y como de ese trato ha de nacer indispensablemente algún cariño y afición, bueno será darte aquí algu- na señal por la cual vengas en conocimiento de sí tal afición es desordenada ú ordenada, peligrosa ó prove- chosa, que de todo puede haber; y esta señal nos la dará también el Santazo de Fr. Juan de la Cruz en su Noche obscura. Según se desprende de su doctrina, entre las personas virtuosas que se tratan y comuni- can, puede haber una afición espiritual que es buena, or venir de buen principio, y otra afición mala ó imperfecta, por no traer tan buen origen; una que na- ce de la carne y otra'que nace del espíritu; una que procede de la naturaleza y otra que viene de la gracia. Cuando la afición es puramente espiritual y nace de

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