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180 flor de la virginidad. ¡Ojalá que todos los que pro- fesan castidad conocieran estos deberes y los pusie- ran en práctica, aprovechando estos y otros medios, para vencer á los enemigos de la virtud angélica! Hay entrg todos ellos uno muy temible; pero de él dije te en la Carta XIV 4 Teófila, y no quiero repetifF en éstas ni un solo concepto de los que des- arrollé en aquellas. Lo que sí quiero decirte, respondiendo á la insi- nuación que me haces .en la tuya, es que no estás en lo cierto al creer que deba entristecerse elalliha religiosa que no posee la castidad virginal, viendo que las vírgenes seglares le lleyarán ventaja delante de Dios; y no estás en lo cierto, porque es opinión y sentencia de graves autores que la castidad religiosa bien observada, aunque no sea virginal, es más per= fecta, y más meritoria, y de más realce, y más grata á Dios que la simple virginidad profesada fuera del claustro: la razón de esto se halla en la- profesión religiosa, que da un nuevo modo de ser al cristiano, y encierra en sí un acto excelentísimo de caridad equi- parado al martirio, y otro acto de la suprema virtud moral, que es la Religión; y estos dos actos le dan á la castidad religiosa fielmente guardada mucha exce- lencia, mucha perfección, y el principado y supre- macía entre todas las del siglo. Y cuenta que no digo esto en menoscabo de la virginidad, porque si ésta va unida á la profesión religiosa, sube de punto su excelencia y perfección. Y aquí termino, sin saber qué más decirte sobre esta materia, si tú no me preguntas ó me abres ca- mino para que de ella siga escribiendo tu afectísimo Padre, Fr. A.'

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