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tos menos decentes y por lo mismo más peligrosos y más expuestos á tentación. También nos obliga al recato de los demás sentidos, á evitar conversa- ciones vanas, palabras equívocas ó demasiado tier- nas, cumplimientos mundanos ó adulaciones -1m- propias de nuestro estado, cerrando los oidos y des- preciándolas, cuando se dirijan á nosotros. Y si esto hemos de evitar, con más razón lo que se relaciona con el tacto, que es el más grosero de los sentidos; las familiaridades pueriles, los juegos de mano y toda manifestación de afecto sensible, por esta vÍa, debes apartarlos de tí, y horrorizarte de ellos, como de la presencia de venenosa serpiente que quisiera envolverte entre sus terribles anillos. Oblíganos también la castidad á evitar toda des- templanza en la comida y bebida, siendo parcos en regalar el cuerpo, porque, como dijo nuestro Señor, Jos enemigos de la pureza no se vencen, sino con la oración y el ayuno; pues así como el vicio opuesto á ella sé fomenta regalando la carne, asi la castidad se fortalece castigando el cuerpo corruptible, que es su mayor contrario. Nos obliga además á evitar la ociosidad, que es maestra de maldad, según dice la Escritura; y las maldades que enseña sgn casi siem- pre contra la pureza. San Jerónimo daba este con- sejo á los tentados: «Que el demonio te halle siempre ocupadoy nunca ocioso, y.de este modo sus tenta- clones serán pocas é impotentes para derribarte;» pero en caso que el enemigo nos acometa, es nuestro deber rechazarlo enérgica y prontamente, tan pronto como sacudiríamos un ascua ardiente que nos cayera en la mano. También nos impone el deber de ser humildes; hu- mildes en lo interior, desconfiando de nosotros mis- mos, y humildes en lo exterior, procurando que el vestido, los modales y todo nuestro continente respi- re modestia y religiosidad. Es tan necesaria esta vir- tud para conservar la pureza, que los santos tienen
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