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177 Es menester no olvidar que los pensamientos y movimientos desordenados que sentimos no son cul- pables, sino cuando voluntariamente los sentimos y nos entretenemos en ellos. Hay unos pensamientos malos que los produce el alma por afecto al mal, y otros que le vienen de su mala inclinación ó del de- monio, á pesar de ella. no quererlos; los primeros le pertenecen, porque son suyos y la hacen culpable ante Aquél que ve lo íntimo del corazón; y los se- gundos no le pertenecen, porque no son suyos y la hacen inculpable á los divinos ojos; y no sólo incul- pable, sino grata y hermosa, pues resistiendo á esos pensamientos, lejos de ofender á Dios, le agradamos y tenemos el mérito de la victoria; mérito tanto mayor, cuanto más pertináz haya sido la lucha. Lo mismo te digo de los movimientos desordenados: no somos culpables, sino de aquellos en que la voluntad toma parte, procurándolos de alguna manera, ó no quitando la causa que los produce; pero los que sen- timos á-pesar nuestro, y los detestamos de veras, éstos, lejos de hacernos culpables, nos hacen dignos de premio y de gloria. Volviendo, pues, á los deberes que nos impone el woto de castidad, te diré ante todo que nos obliga á una vigilancia continua y á una lucha constante con los adversarios que nos la quieren arrebatar. La vigilancia nos ayudará á evitar las ocasiones peli- grosas, y la lucha á cerrar el paso al enemigo, cas- tigando el cuerpo y mortificando los sentidos, que son las puertas por donde ellos entran al corazón para robarnos nuestro tesoro. En la mortificación de los sentidos merece especial atención el de la vista, pues sabemos que por ahí derribó el demo- nio al Real Profeta. Job hizo un pacto con sus ojos de no mirar el rostro de ninguna doncella; y ojalá que todos los religiosos y religiosas hicieran lo mismo para no tener que lofár después, no digo ya fijar la vista en personas de otro sexo, sino en obje-
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