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172 piedades angélicas que sirven de complemento y adorno ála virginidad. Es propio de los ángeles ser ordinariamente invisibles á los ojos humanos: y esto deben imitarlo las vírgenes del claustro, haciéndose invisibles á los ojos del mundo. ¿Qué tiene que hacer una monja en el locutorio? ¿Qué se le ha perdidoá ella en las rejas? ¿Por qué tan fácilmente se hace visl- ble? Poco se parece en esto á los ángeles, y me temo que por esa causa se le parezca también poco en la pureza virginal. La segunda cosa es que cuando los ángeles se dejan ver ó se aparecen á los hombres, se presentan con tanta modestia y dignidad, que no só- lo infanden respeto, sino que también inspiran amor á la pureza. Así, pues, la virgen de Cristo, la esposa mística del Cordero inmaculado, siempre que se de- je ver de los hombres lo ha de hacer con tal recato, que parezca un angel aparecido, que con sus miradas y sus modales difunda por todas partes el precioso olor de la pureza santa que ha profesado. ¡Ay qué mal sienta la desenvoltura en los religiosos! ¡Qué mal parece una broma alegre ó una inmodestia en quien ha profesado pureza! Mas dejémonos de repren- siones y sigamos cantando las excelencias de la vir- ginidad. Esta virtud soberana no sólo hace á los hombres angelicales, sino que los hace divinos; no sólo les da semejanza con los ángeles, sino que los hace seme- jantes á Dios. Más todavía: la virginidad hizo á Dios hombre, y al hombre lo elevó á la dignidad de Dios, haciéndonos consortes dela naturaleza divina; y ésta quizás será la mayor de sus prerogativas. Había de- terminado Dios bajar del Cielo á la tierra para que los hombres pudieran subir de la tierra al Cielo; ha- bía determinado humanarse, salvando el hondo abis- mo que mediaba entre la pureza divina y la impureza humana; y para surcar ese abismo sin nombre, ne- cesitaba una nave que le llevara á la opuesta orilla; y esa nave fué la virginidad de nuestra Madre inma-
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