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170 provoquen al mal? ¿Dónde los sentidos que los arras- tren á la culpa? En ninguna parte. Y nosotros, por el contrario, vivimos en una tierra llena de inmun- dicias y abominaciones, rodeados de enemigos que nos combaten, de diablos que nos tientan, de carne quenos inclina al pecado, de ejemplos que nos pro- yocan al mal, y de sentidos que nos arrastran hacia el abismo de la impureza. Pues, 1rabiendo tanta des- igualdad entre ellos y nosotros, ¿no es de mayor mé- rito y estima conservarnos á su altura en la práctica deesta virtud? Claro está que sí, y poreso las almas virgenes merecen con toda propiedad el nombre glo- rioso de ángeles de la tierra. Síguese de aquí que los profesores de la virginidad han hallado un poderoso artificio para ser ángeles de más alta manera que lo son los espíritus celestes; por- que lo que éstos tienen ¡por naturaleza, lo alcanzan aquéllos con su valor y su industria, ayudados de la gracia divina. La pureza en los ángeles es un dón natural y necesario, que cuanto más tiene de nece- sario, menos tiene de libre, y cuanto menos tiene de libre, tanto menos tiene de meritorio; pero en los hombres esa virtud no es natural, ni necesaria, sino contingente; y mientras más tiene de contingente, más tiene de libre y voluntaria; y cuanto más libre y voluntariamente la abraza el religioso, mayor mé- rito adquiere delante de Dios. De modo que la virginidad abrazada y profesada con voto perpétuo nos enaltece tanto, que nos eleva al coro de los ángeles, obligándonos á ser por elec- ción y por gracia lo que son ellos por naturaleza; y nos da el realce de ser á fuerza de cuidados y_ sacri- ficios meritorios, lo que son ellos sin mérito alguno, porque ningún trabajo les cuesta. Yo bien conozco la ventaja que en el sér natural nos llevan los ánge- les; pero conozco también que, á pesar de eso, pode- mos correr pareja con ellos en lo tocante á la virgini- dad, y conseguir que no nos dejen atrás. Abre, pues,

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