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AR O RU: XXVII El voto de castidad: la virginidad y sus grandezas. Nihil inquinatum ín ea incu» rrít, candor est ením lucis eterna ¿ Nada manchado cabe en ella* porque es candor de eterna luz SAP., VII, 25. EvoTA esposa de Cristo: No puedes figurarte con cuanto gusto me pongo á escribirte so- Sa bre el voto de castidad. Me agrada tanto tra- tar de esa virtud, como aspirar la fragancia de las flores, tanto come pasear por un jardín ameno po- blado de blancas azucenas, flor que simboliza á la pureza santa. La mayor alabanza que de esa virtud puedo decirte, es que ella excede á todo encarecimien- to, que no hay en las lenguas de las gentes palabras para alabarla bastante, ni en el entendimiento de los hombres bastante capacidad para estimar sus mara- villosas excelencias. Dejando á un lado los bienes que en sí encierra, y cuantas grandezas y glorias pudie- ra de ella contarte de tejas abajo, remonto el vuelo muy alto para decirte de una vez que ella convierte al hombre en ángel, y 4la carne flaca en espíritu fuerte; pero esto has de entenderlo de la castidad per- fecta, es decir, de la virginidad. La palabra virginidad la tomo aquí como flor y

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