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1 la santidad de muchas almas á Dios consagradas: pero no se me ocultan los defectos y miserias de otras que abrazaron el mismo estado; y esas miserias y defee- tos los yeo tan claros, que el temor de sacarlos á re- lucir me hace casi desistir de la comenzada empresa. Sí, Margarita; las almas religiosas están todas lla- madas á la santidad, y muy pocas se cuidan de ser santas; todas son muy amadas de Dios, y no todas corresponden á los amores del Esposo celestial; todas están gravemente obligadas á caminar á la perfec- ción, y muchas no andan por ese camino, y ellas mis- mas se ponen obstáculos delante para caer, y se enre- dan como mariposa en las telas de araña, y se atan con lazos mundanos y con relaciones seculares. hu- yendo de la dulce soledad donde Dios habla al co- razón. Para no incurrir tú en semejantes deslices, y para ser una buena religiosa, quieres que «hablemos largo y tendido, sobre la dignidad del estado religioso, sus excelencias, los votos que lo constituyen, el alcance de los mismos, la manera de cumplirlos con perfec- ción, las virtudes propias de ese estado, las interiori- dades dela vida religiosa, las delicias de la soledad, los beneficios de la vocación, las ventajas del claustro, y en fin, sobre todo lo que pueda contribuir á la santi- ficación y perfeccionamiento de una religiosa.» Ha- blemos, pues, de asuntos tan interesantes, ya que así lo deseas; pero sin precipitación, con calma, y de modo que saquemos provecho de nuestra mutua co- rrespondencia. Los puntos sobre los cuales deseas que tratemos son tan importantes y tan hermosos, que no se puede elegir entre ellos. Así pues, comienza por donde bien te parezca á recorrer el ameno campo que se presenta á nuestros ojos; que yo te iré siguiendo por él, ha- ciéndote detener el paso, para que fijes ta mirada en ocultas maravillas, que de otro modo tal yez pasaran desapercibidas para tí. La empresa me es agradable, dl A AS

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