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164 fluo la abofetea, el dinero la corona de espinas, el peculio la crucifica y la propiedad la despedaza entre sus sangrientas garras. No en vano Jesucristo en su evangelio dió á las riquezas el nombre de espinas, espinas con que algu- nos religiosos suelen coronar á su madre la Pobreza santa, hiriéndose de paso ellos mismos, al tejerle tal corona. Espinas llamó Cristoá los bienes de esta vida, espinas que se pegan al vestido de los caminantes y no los dejan andar libremente; espinas que tomadas en la mano punzan, y apretadas hieren y dan dolor; espinas que pisadas se clavan en los pies y detienen el paso del viajero. Y ¿qué es el religioso, sino un viajero que camina hacia su patria? Pues sepa que andar entre espinas y no lastimarse, es cosa dificultosa, y tal vez imposible. Poco importa, por otra parte, que esas espinas sean pocas 6 muchas, cortas como las del rosal 6 largas como las de pitas; porque las espinas todas hieren, todas punzan y todas lastiman y dan dolor. Pues del mismo modo, poco importa que las cosas supérfiuas de que usa el religioso sean grandes ó pequeñas, si tiene á ellas apegado el corazón. Mirar un objeto como propio, y no aficionarse á él, es cosa harto difi- cil, y la afición es la que hace brotar esas espinas de cuidados y temores, y la afición es la que hace que el religioso las busque y se apegue áellas, saliendo tan- to más herido y ensangrentado, cuanto más se enredó entre esas espinas. Y ¿quées lo que éstas hieren y en- sangrientan en el religioso? Pues la pobreza, y nada más que la pobreza! ¿Y no es ésto martirizarla? ¿No es coronarla de espinas? Finalmente, se martiriza á la pobreza, gastando donde no hay necesidad; comprando objetos más bien curiosos que necesarios, adquiriendo cosas más bien de lujo que de provecho, y procurando lo mejor, cuando lo mediano basta. ¿Qué le importa al religio- so que sus libros estén dorados ó por dorar, con

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